lunes, 20 de julio de 2009

Un recuerdo

Cura Miani:

 

                Dicen los antiguos, que el tiempo y las distancias sirven para separar los cuerpos y unir los corazones, si la huella fue sincera.

Quisiera recordar y compartir aquí solamente una de estas anécdotas que me dejaron huella.

Una noche sucedió algo.

Es sabido que cuando se esta de misión, mañana, tarde y noche siempre hay gente rondando las escuelas o iglesias donde estábamos, tratando de hablar o al menos ver a los misioneros. A veces los podíamos atender como deseamos y otras no tanto. Esta historia nace de una de esas veces que no pudimos tanto y por un mal entendido tuvimos un inconveniente con un chico del barrio.

Allá por los polvorientos días de Caleta Olivia.

Esa noche el chico llego a la escuela y empezó a golpear la puerta un "poco fuerte". Cuando salimos a atenderlo, tenía un poco de olor a alcohol. Decía que quería entrar "como  para seguir la fiesta". Nos costó convencerlo de que no podíamos atenderlo y pego unos cuantos gritos amenazadores (un rato) y se fue. Casi a la hora volvió con una actitud completamente diferente. Venia a pedir disculpas nos dijo y sobre todo a las misioneras que habían quedado un poco más asustadas. Era comprensible que nuestras compañeras no lo quisieran ver, cuando hacia solo un rato dijo algunas cosas no muy amistosas y a esas horas. Con otro chico salimos a atenderlo y nobleza obliga, sinceramente vimos arrepentido a esta persona. Le dijimos que mañana hablábamos que ahora las chicas no podían verlo y entramos. Al rato volví  a pasar y seguía aun en la puerta, hacia bastante frió. Salí y me pidió que por favor para terminar de aclarar todo lo acompañe hasta su casa. Dude un rato, y ahora lo veo como un acto un poco imprudente, pero en ese momento no lo pensé mucho. Éramos dos y nos fuimos con el.

Lo acompañamos unas cuadras por unos lugares algo oscuros. Hasta una entrada por la que divisamos un pasillo bastante largo. Abrió un portón ruidoso de madera y nos pidió que lo sigamos. Así lo hicimos y tengo que confesar que a esa altura traspasar ese umbral me hizo temblar un poco las piernas.

No quiero extender más el relato y menos cuando la anécdota quiere recordar el papel del cura en este recuerdo. Para resumir solo diré que pasamos varias puertas y llegamos hasta la ultima, la que estaba mas al final del pasillo. Lo que pasó adentro no es ahora importante.

Pero fue cuando salimos que nos dimos cuenta de que habían pasado más de 2 o 3 horas sin dar señales. Apuramos el tranco hasta la escuela. Cuando estábamos llegando en la puerta había uno o dos patrulleros y divisamos la imagen del cura tan particular; con sus pelos blancos parados y su campera gris. Estaba solo, caminaba con la mirada hacia el piso y las manos agarradas por detrás de la espalda. Iba y venia de un lado al otro. Cuando llegamos le dije padre, algo temeroso porque nos dimos cuenta de nuestro acto un poco inconsciente. El levanto la cabeza y abrió los brazos, así de simple. Algo dijo, creo, pero  no lo recuerdo bien y nos abrazo a los dos. No nos reto ni dijo algo parecido a un reproche. Nos pregunto si estábamos bien, nos apretó los cachetes con un gesto en la mirada que no había visto otras veces y entramos. Sentí paz esa noche.

Adentro había toda una revolución, policías incluidos, pero ahí empieza otra historia.

 

Dicen que las personas, las cosas y ciertas vivencias moldean el corazón de los hombres como una fragua, al calor del tiempo y la distancia.

Del mismo Miani escuchamos muchas veces el versículo donde Jesús dice: no me llamen padre porque solo tienen un padre y esta en los cielos, por eso le decíamos cura.

Pero creo que hay veces, sobre todo en noches como estas, en que llamarle padre no haya ido contra esas enseñanzas.

Por tantos viajes, desvelos y presencia muchas gracias cura Miani.

 

Federico Acosta - Ale Gonzalez.

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